Los viajes del viento
Ciro Guerra, 2009
Crítica de Romina Esnoz
Título original: Los viajes del viento
País: Colombia / Alemania / Holanda / Argentina
Dirección: Ciro Guerra
Intérpretes: Marciano Martínez, Yull Núñez
Genero: Drama
Fotografía: Paulo Andrés Pérez
Edición: Iván Wild
Música: Iván Ocampo
Duración: 120 minutos
Bajo diversas formas el pasado siempre intenta asomarse en el presente, quizás a veces de modo inadvertido por nosotros. Pueden ser marcas que por su profundidad se niegan a desaparecer y retrasan el comienzo de un nuevo ciclo, aunque existe la posibilidad (y no remota) de que en esas marcas se encuentre el que puede ser nuestro mayor aprendizaje salvador. Estas ideas forman parte de las historias que se cuentan en las dos películas del director colombiano Ciro Guerra.
“La sombra del caminante” (2004) es su primer largometraje que empezó a rodar con 20 años. “Nuestro pasado. Nuestra carga. Nuestra redención”, son palabras que representan el film y se podría decir que son temas tratados de modo literal, muy gráficos y hasta con un tono burlesco. No sucede lo mismo en su segundo film, si bien, una muerte, un pasado por olvidar y el comienzo de un viaje con el fin de sanar heridas y ser libre son los temas que dan vida a la trama no aparecen ni literalmente ni grotescamente, esta vez son tratados con mayor profundidad y de mil maneras.
Viajes paralelos. Un viaje externo reflejo de eternos viajes internos, de aquellos que por momentos nos llevan a lugares desiertos de los que creemos no poder salir, hasta que lentamente una música empieza a sentirse desde el fondo dando inicio a un nuevo viaje con un nuevo horizonte. Esto es su segundo largometraje, “Los viajes del viento” (2009), ¿qué conocemos y que dejamos conocer de aquello que viaja por dentro?
Ignacio es un juglar que va de pueblo en pueblo hasta que decide emprender el que cree que va a ser su último viaje para devolverle el acordeón a su maestro. En el camino encuentra a Fermín, un joven que lo admira y desea ser como él, entonces se une a su viaje y juntos empiezan el recorrido desde la región del Magdalena hasta la alta Guajira, al norte de Colombia. Recorrido que deviene nuevo andar. El principio en el fin, o quizás ni fin, ni principio…solo andares.
Comúnmente se asocia viaje con paisaje. Pero el director no deposita en él la razón de ser del film ni funciona como medio para atrapar al espectador. Los escenarios naturales se muestran sólo a través de planos panorámicos porque según expresó el cineasta lo que se quiso retratar fue “la relación profunda del hombre con la naturaleza”. Estos planos representan el nexo entre lo externo y lo interno, para así volver como en la antigüedad, a ser un todo en equilibrio, ya sin fronteras entre hombre y naturaleza. Es como si el paisaje expresara un estado interno más que una postal de un espacio físico, los colores que se aprecian incitan a comenzar un viaje hacia el interior del alma.
El sonido del viento y la música funcionan como elementos de sentido. El soplar del viento acompaña las imágenes y refleja la intensidad de lo que acontece en la escena. En momentos de calma, reflexión, liberación y relajación menos fuerte, violento y duradero es el sonido del viento. Lo mismo ocurre con la música, acompaña la trama. Colombia es un país muy conocido por su música, por tambores, por islas habitadas de personas que crean continuamente música y aunque es una melodía alegre encierra historia y en ella melancolía, esto se refleja en la película. Ignacio invadido de tristeza y soledad decide viajar para devolverle el acordeón a su maestro, pero algo sucede en el viaje porque algún misterio guarda el acordeón. La película es ambientada en el año 1968 que fue la época del fin de los juglares expresado en el film con el último viaje de Ignacio, es por esto que la trama también adquiere sentido porque muestra una etapa que atravesó el país.
“La sombra del caminante” (2004) es su primer largometraje que empezó a rodar con 20 años. “Nuestro pasado. Nuestra carga. Nuestra redención”, son palabras que representan el film y se podría decir que son temas tratados de modo literal, muy gráficos y hasta con un tono burlesco. No sucede lo mismo en su segundo film, si bien, una muerte, un pasado por olvidar y el comienzo de un viaje con el fin de sanar heridas y ser libre son los temas que dan vida a la trama no aparecen ni literalmente ni grotescamente, esta vez son tratados con mayor profundidad y de mil maneras.
Viajes paralelos. Un viaje externo reflejo de eternos viajes internos, de aquellos que por momentos nos llevan a lugares desiertos de los que creemos no poder salir, hasta que lentamente una música empieza a sentirse desde el fondo dando inicio a un nuevo viaje con un nuevo horizonte. Esto es su segundo largometraje, “Los viajes del viento” (2009), ¿qué conocemos y que dejamos conocer de aquello que viaja por dentro?
Ignacio es un juglar que va de pueblo en pueblo hasta que decide emprender el que cree que va a ser su último viaje para devolverle el acordeón a su maestro. En el camino encuentra a Fermín, un joven que lo admira y desea ser como él, entonces se une a su viaje y juntos empiezan el recorrido desde la región del Magdalena hasta la alta Guajira, al norte de Colombia. Recorrido que deviene nuevo andar. El principio en el fin, o quizás ni fin, ni principio…solo andares.
Comúnmente se asocia viaje con paisaje. Pero el director no deposita en él la razón de ser del film ni funciona como medio para atrapar al espectador. Los escenarios naturales se muestran sólo a través de planos panorámicos porque según expresó el cineasta lo que se quiso retratar fue “la relación profunda del hombre con la naturaleza”. Estos planos representan el nexo entre lo externo y lo interno, para así volver como en la antigüedad, a ser un todo en equilibrio, ya sin fronteras entre hombre y naturaleza. Es como si el paisaje expresara un estado interno más que una postal de un espacio físico, los colores que se aprecian incitan a comenzar un viaje hacia el interior del alma.
El sonido del viento y la música funcionan como elementos de sentido. El soplar del viento acompaña las imágenes y refleja la intensidad de lo que acontece en la escena. En momentos de calma, reflexión, liberación y relajación menos fuerte, violento y duradero es el sonido del viento. Lo mismo ocurre con la música, acompaña la trama. Colombia es un país muy conocido por su música, por tambores, por islas habitadas de personas que crean continuamente música y aunque es una melodía alegre encierra historia y en ella melancolía, esto se refleja en la película. Ignacio invadido de tristeza y soledad decide viajar para devolverle el acordeón a su maestro, pero algo sucede en el viaje porque algún misterio guarda el acordeón. La película es ambientada en el año 1968 que fue la época del fin de los juglares expresado en el film con el último viaje de Ignacio, es por esto que la trama también adquiere sentido porque muestra una etapa que atravesó el país.
La mayoría de las escenas son filmadas en exteriores, son imágenes de libertad, aire, naturaleza. La luz que se utiliza en todo el film es natural, los actores son de la región para preservar la cultura caribeña tal como es y así conocer la enorme diversidad cultural en profundidad. Viaje que nos permite conocer de modo puro las formas de ser de los habitantes de la región pero, a su vez, nos invita a que conozcamos de modo puro nuestra forma de ser. Ver el film, para viéndolo, vernos.
No vi este film ni conocía al director, pero por lo leído da ganas de verla. Un viaje siempre hace acontecer un cambio; y si este cambio tiene que ver con la relación que se establece con la naturaleza, me parece más valido aún. Muchas gracias por esta reseña.
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