martes, 17 de agosto de 2010

Cartas de un Hombre Muerto


Pisma myortvogo cheloveka, (Cartas de un hombre Muerto)
Konstantin Lopushansky, 1987

Crítica de Lis Mondaini

 


Año: 1987
Direcctor: Konstantin Lopushansky
Guión: Konstantin Lopushansky, Vyacheslav Rybakov, Boris Strugatsky
Música: Aleksandr Zhurbin
Fotografía: Nikolai Pokoptsev
Reparto: Rolan Bykov, Iosif Ryklin, Viktor Mikhaylov, Aleksandr Sabinin, Nora Gryakalova, Vera Mayorova, Vatslav Dvorzhetsky, Svetlana Smirnova, Nikolai Alkanov, Vadim Lobanov


Un museo es un lugar donde se preserva para la posteridad el patrimonio humano, con el fin de educar a las generaciones venideras y para crear un archivo cultural de conocimiento,  que nos defina, nos identifique y nos sirva de referente para la reproducción de nuestra propia humanidad. Ahora bien, el afán de poder y conocimiento, es lo que impulsa al hombre tanto hacia su evolución como hacia su destrucción. Y es este ansia desmedida lo que podría llevar al propio ser humano a convertirse él mismo en una pieza de colección, pues su mundo entero, tal y como lo conocemos  podría desaparecer.

Y si esto ocurriera; si por un accidente una explosión nuclear diezmara la humanidad entera, el tiempo y los colores se esfumarían con ella. Los libros que alguna vez albergaron todo el conocimiento del nuestro género, servirían ahora sólo como combustible, y a los pobres niños que sobrevivieran a esta catástrofe, el impacto del horror les quitaría hasta el habla. Y en este distópico escenario, sería  una paradoja cruel y triste del destino encontrar a un científico premio Nobel de física, refugiado junto a un grupo de personas en el bunker de un museo, intentando sobrevivir en condiciones extremas y rodeado de bellas producciones artísticas que, al igual que su conocimiento, han quedado obsoletas, pues posiblemente no exista futuro para apreciarlos.

El espanto de la obra prima de Konstantin Lopushansky proviene del hecho de que este director  nos muestra de manera impactante un  futuro absolutamente posible.

Estrenada en 1987, Pisma myortvogo cheloveka, o Cartas de un hombre Muerto nos plantea a través de sus personajes, profundos debates filosóficos y diferentes puntos de vista sobre la existencia del hombre. Y lo fascinante es que este hondo relato se logra con simples recursos  cinematográficos, y con una gran carga de simbolismos; logrando así sofocarnos en un clima denso, cargado de desolación, desesperación, e incertidumbre a la vez que nos invita constantemente a la reflexión.

Deleitante tanto desde la fotografía, y el uso de la luz, como desde la  escenográfía y las actuaciones, este film no sería tan impresionante si no fuera por el uso del color, que nos remite al expresionismo alemán. El matiz ámbar, logrado por la revelación monocromática virada, que todo lo cubre y lo fosiliza, es el elemento que mejor refuerza una de las problemáticas fundamentales del relato: la terrible uniformidad de un mundo que aparentemente ya no tiene esperanzas; donde ya no es posible ni necesario distinguir el día de la noche, la vida de la muerte, ni los cuerpos de los escombros.


Sin embargo, también se pueden encontrar recursos que sirven para, en lugar de homogeneizar, articular, contrastar y diferenciar imprimiendo más dramatismo a la narración. Existe un interesante diálogo entre los exteriores que presentados con una impecable atención a la composición plástica son captados con imponentes planos generales y así muestran la magnitud de los grandes escenarios con ruinas gigantescas entre las cuales los pocos sobrevivientes se desplazan como hormigas; mientras que en los interiores, la composición y los diferentes enfoques están puestos en los detalles de los personajes y en retratar espacios reducidos y hacinados. Otro de estos contrastes, es cuando el color que domina durante todo el film, cambia de ocre hacia el azul. Este recurso es utilizado tanto para remitirnos al pasado, como para cambiar de espacios y de climas. Y por ultimo, la articulación más importante es expresiva: Larsen, el personaje principal representado por Rolan Bykov, se siente, y sabe que es en parte, uno de los responsables del desastre nuclear. El se encuentra atormentado por la culpa y por la imposibilidad de darle validez a sus ideas y en su afán por aclarar la mente y por volcar sus emociones, escribe cartas a su hijo.


A pesar de que todo parece indicarlo, Larsen intuye que es imposible que la humanidad se haya acabado y que la única solución sea confinar a los sobrevivientes a vivir eternamente bajo tierra. Este científico, a pesar de su edad, es el único personaje al que se lo ve caminando, explorando, y buscando en una actitud inquieta, en oposición con el grupo de ex trabajadores del museo que conviven con él; quienes aún siendo más jóvenes, sólo se movilizan para trasladarse de un encierro a otro. En esta dedicación por abrazar sus ideas, Larsen, decide no acudir al refugio central donde todos los sobrevivientes calificados son convocados, y  en cambio, decide quedarse cuidando a un grupo de niños desamparados que a causa de su mutismo y su estado de shock, no han sido aceptados en dicho refugio. Es en este encuentro final donde se vislumbra la esperanza. A partir del cuidado y del interés de este anciano por los niños, surge la posibilidad de un final diferente.

Mas allá de su tono sombrío, y de su implacable crítica Pisma myortvogo cheloveka, es una exaltación positiva del género humano, pues concluye de manera esperanzadora y abierta cuando los niños motivados por el espíritu del protagonista, deciden ponerse en movimiento porque que es este, una de la única fuerza que logra arremeter contra el tiempo que se ha vuelto crepúsculo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario